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jueves, 1 de septiembre de 2011

Capítulo 10

Una semana después Verónica volvió a recorrer las carreteras de Galicia, esta vez con la capota puesta bajo la inminente lluvia otoñal. Fumaba y llevaba la ventanilla del conductor abierta, algo de agua entraba de vez en cuando. Tosía cada poco y tenía un terrible dolor de estomago. Por eso mismo estaba allí, de camino al medico.
Aparcó el coche, se bajó y cruzó rápidamente hasta la entrada.
-Tienes mal aspecto.- dijo el doctor sentado en su silla de cuero marrón, con sus gordos brazos sobre la mesa. Era un hombre de mediana estatura, ojos claros y poco peloque formaba una media luna con un extremo sobre cada una de sus rosadas y pequeñas orejas. Su piel estaba ligeramente bronceada.
-Gracias, igualmente. –Ladró Verónica de mala gana.
-Sabías que acabaría pasando- resopló el medico.- Te-lo-di-je.
-Mira, Miguel-dijo mirando en los ojos azules del hombre.- No pienso pagar la universidad de tus hijos, para eso te buscas a otro. Si he venido a tu clínica privada es porque es por confianza y porque Roque te recomendó. Pero no pienso someterme a ningún tratamiento ni aquí ni en ningún sitio así que echa un vistazo y dame algo.
-Un poco de respeto no te mataría, además no soy ningún tipo de camello.-refunfuñó el hombre.- Siéntate.- dijo señalando la camilla.
Tras un rápido examen volvió a hablar:
- No se qué quieres que haga por ti. No hay mucho que te pueda dar. Ni siquiera estoy seguro de que pasa, lo mejor va a ser hacerte un análisis para ver como estás de defensas. Tus defensas me preocupan porque…
Verónica giró la cabeza y observó la habitación, después miró el cristal y observó las gotas que se deslizaban por este. Sin escuchar al doctor.
-Haz el análisis.-dijo Verónica con voz entrecortada.

Verónica se sentó, cruzó las piernas y se acomodó como si fuese a fumar.
-Buenas tardes.- dijo el camarero. Se agachó junto a ella para recoger algo del suelo y luego comenzó a recoger lo que había en la mesa.
-Había intentado estar aquí el menor tiempo posible pero parece que me voy a tener que quedar un par de días.-tosió.- Disfrutando del clima.
-Sí,-respondió el camarero sin levantar la vista de la taza q estaba recogiendo.- podrá disfrutar de la lluvia hasta que el Sol empiece a molestar. – dijo eso como quien decía algo que había dicho un millón de veces, con tono monótono.
Verónica observó al hombre que estaba de pie a su lado. Era Diego, no cabía duda, parecía cansado, aburrido y una persona muy distinta a la que Verónica había conocido algún tiempo antes.
-Es lo que tiene vivir aquí.
-¿Qué le sirvo?- preguntó Diego mientras observaba su vieja y maltratada libreta.
Verónica se movió para asomarse por detrás de la libreta, sonriente. Con una ceja levantada y expresión desagradable Diego apartó la libreta y miró a Verónica, sin reconocerla. La observó durante un par de segundos, entonces sus ojos se iluminaron y una fugaz sonrisa apareció y desapareció de su rostro.
- ¡Pero bueno! Cuanto tiempo. ¿Qué tal todo? Vi una de tus fotos en el periódico la semana pasada.
Verónica esperó a que él acabase de hablar, tosió un par de veces y se aclaró la garganta.
-Bien…nada especial…¿y tú?
Diego notó esa omisión de información pero no le hizo caso. Se llevó una mano a la nuca y dijo:
- Pues…bien…aguantando…un poco harto…Daría mi brazo derecho por volver a trabajar de ingeniero. Sinceramente, no se si me merece la pena pasar por esto para lo que me pagan…
Verónica sonrió, sin saber que decir. Diego tomó su nota y volvió al cabo de uno par de minutos con un café y un par de churros.
-¡Hecho por un servidor! Lo cierto es que se agradece la visita de alguien un poco fuera de lo común. Espero que te siente bien, no tienes buen aspecto.
-Estoy…un poco resfriada.- dijo Verónica rápidamente. Él se dio la vuelta y cuando se iba a ir.
- ¡Oye! No me gusta hablar sin saber pero ¿Qué me dirías si yo te dijese que puede que yo consiga una entrevista para ti en un puesto ingeniero? Digamos que puedo hablar con alguien importante en una marca de coches.
-Te diría: ver para creer.
- Bueno, déjame intentarlo. Piénsalo trabajar de ingeniero de nuevo. Tengo las cartas para hacer la jugada...
Comenzó a toser y él le dio un par de palmaditas en la espalda.
- No me prometas el oro y el moro, por favor.
Se echó hacía atrás en la silla, con gesto orgulloso, moviendo la taza entre sus dedos y dijo:
-Tú dame una oportunidad, al fin y al cabo yo siempre hago las cosas mejor que Raquel.

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