Verónica se apoyó en la ventana, mientras fumaba. Le gustaba observar a la gente que pasaba bajo su ventana, varios pisos más abajo. Escuchó el pitido de la cafetera, no le hizo caso. Tiberio se acercó y se sentó junto a ella. Escuchó el teléfono sonar dos veces, tampoco le hizo caso. Llevaba así un par de días, desde que se había despertado con aquel hombre y había ido a buscar ese coche que no estaba.
Había cortado relaciones con todo el mundo, solo había dos personas capaces de contactar con ella en aquel momento, una de ellas era su jefe. La otra era quien había llamado al telefono las dos veces para avisar. Pero Verónica no contestaba y ya era hora de que saliese de esa burbuja.
Rebeca se paró frente a la puerta azul del apartamento, sacó un enorme llavero y buscó la llave azul. Entró en la casa, cerró la puerta con llave y sirvió el café. Hizó todo el ruido que pudo, pero solo el gato de movio.
-Empezaba a pensar que te habías mudado o algo. ¡Quitate maldito bicho!-dijo Rebeca.-¿Hola? Es de mala educación no saludar a los invitados.
-¿Incluso a los no deseados?-respondió Verónica con voz monótona.
-Para echar a alguien primero hay que saludar y luego pedir que se vaya. Sin embargo, sabes que me voy a quedar.
Verónica dio una larga calada al cigarrillo, lo apagó en el alféizar de la ventana y lo lanzó a la calle. Tenía mal aspecto, estaba despeinada, pálida y tenía rostro cansado.
-¿Qué quieres?-preguntó encendiendo otro cigarrillo.
-Nada...bueno...he venido porque quiero que vengas conmigo a una cosa.
-No.
-No puedes negarte, haberlo pensado antes de asegurar a Roque que irias. Solo para que lo sepas vamos a la fiesta de su nueva casa.
-¡Pero yo no he...!-protestó Verónica.
-Claro que no, fui yo. Tú me obligastes, si no te huieses apartado del mundo no habria pasado nada.
-¡Qué te jodan!- Terció Verónica con voz grave.-¡Eso se llama encerrona!
-Si, cariño, lo sé. No tienes que darme las gracias, me conformaré con que lleves este vestido. Te veré allí,no quieras saber lo que ocurrirá si no estás allí pasada una hora como máximo- dijo Rebeca entregando un papel sobre el que haía garabateado una dirección y una hora.
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