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jueves, 11 de agosto de 2011

Capítulo 8

El Jeep blanco aparcó de manera un poco brusca frente a un árbol. La puerta del conductor se abrió y dos piernas ligeramente bronceadas se deslizaron hasta el suelo con un pequeño salto. Justo por debajo de las rodillas empezaba un vestido negro que se ajustaba a la perfección al cuerpo de la mujer rubia que lo vestía.
-¡Rubia!- exclamó un hombre perfectamente trajeado y pulcramente peinado.-Ciertamente dudaba que fueses a venir, tu mensaje fue un poco extraño. ¿Quieres algo de beber?
-Si, siento lo del mensaje, estaba haciendo el tonto...-se excusó Verónica.
El hombre se acercó y enseñó la casa a Verónica, dirigiéndola cuidadosamente con una mano en su cintura. Era Roque, uno de los más viejos amigos de Verónica, incluso más que Rebeca.
Roque y Verónica se conocían desde muy pequeños, las familias de ambos veraneaban en el mismo sitio, Roque había sido una de las pocas personas que había apoyado sus elecciones. Nunca la había dejado de lado y pese a que en ese momento estaba felizmente emparejado con otra mujer Roque siempre recordaba a Verónica como aquella chica de pelo castaño que tomaba fotografías de la playa de San Xenxo.
Un rato más tarde Verónica hablaba animadamente con un grupo de desconocidos. Todos habían dicho sus nombres pero Verónica los había olvidado, tampoco ellos recordaban el suyo.
-¡Mira quien está aquí! SaÍia que vendrías.-dio Rebeca, ataviada con un traje de chaqueta rojo adornado con pequeñas joyas negras. Verónica sonrió, tenÍa que reconocer que aquello sentaba bien. En ese momento aquellos dos días de soledad parecían años. Y no tenia años que perder, ni uno solo.
Se apartó javascript:void(0)un poco del grupo en el cual Rebeca era ahora el centro de atención y salió al amplio jardín, iluminado por pequeñas bombillas azules. Pensó en lo romántico que seria un paseo por aquel lugar con la persona adecuada y aquella luz tenue. Pero allí solo estaban ella, su sombra y la copa casi vacía. Sin embargo seguía siendo un bonito momento, algo melancólico. No duró mucho. Tras andar un par de minutos por el jardín la vibración de su móvil despejo cualquier melancolía del momento.

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