Libros

lunes, 9 de mayo de 2011

Capitulo 3.

Verónica no había dormido nada, había pasado la noche pensando en que debería de hablar con sus padres. Salió de casa de Diego con el sol y cogió el coche para ir a Cangas. Había algo en aquel pueblo que siempre le ayudaba a tranquilizarse, un ferry que cruzaba la ría. Se dirigió allí con su enorme Jeep Wrangler blanco del 99, aquel coche le había costado mucho, pero que mucho dinero y esfuerzo, pero era lo más parecido a un hogar que tenía. Verónica tenía un piso en Madrid, en el centro que sería la envidia de muchos, pero esa casa era más del gato que suya, puesto que el gato, Tiberio, pasaba allí mucho más tiempo. Cuando llego a Cangas aparcó cerca del puerto y se dirigió a comprar un par de tickets. El ferry era un barco grande y blanco, en la cubierta superior había filas de asientos y ella se sentó en los primeros. Tras un par de pitidos el ferry partió y Verónica se relajó en el asiento. Había mucha gente a su alrededor, algunos hombres trajeados que debían de ir a Vigo a trabajar, una mujer con un bebé, una chica joven que escuchaba música y algunas otras personas. Tenía resaca y como siempre que esto pasaba estaba melancólica. Su mente parecía más ágil que otros días pero su cuerpo no, desde que había llegado tosía mucho más de lo normal. Miró por encima de la borda, observando el final de la ría, donde se veía el océano. Llevaba esa fotografía en la cartera, para tranquilizarse. Respiró la brisa y pudo ver un par de peces iluminados por unos pocos rayos que atravesaban la superficie del agua. Lo cierto es que sentía que tenía que aclararse con sus padres y con Raquel. Esperó hasta llegar a Vigo para mandar a Raquel un mensaje avisando que se presentaría aquella noche en casa.
-Verónica Marselle ¿en qué puedo ayudarle?
-Pues...hola soy Diego.
-¡Diego! ¿Qué tal?
-Bien ¿y tú? Oye quería saber si podías quedar a comer.
-Claro, perfecto, mira estoy en un hotel en la costa...no me acuerdo como se llama así que cuando llegue y lo vea te llamo y me pasas a recoger.
-Perfecto. También quería decirte...- iba a sugerir hacer algo por la tarde pero ella ya había colgado. Él se aseguro de que así fuera y se metió en la ducha.
Diego recogió a Verónica en su hotel y ambos se dirigieron a un restaurante pasado el puente de Rande. El restaurante tenía un comedor con un enorme ventanal con vistas a una pequeña cala y a la ría. Se sentaron en una esquina del comedor, junto al ventanal. Ambos observaron el paisaje durante un rato hasta que él comenzó una conversación.
Tras cerca de dos horas de mariscada cuando pidieron los cafés Verónica se levantó para ir a fumar.
-Deberías dejarlo, es malo para la salud.
-Bah, métete en tus asuntos, seguro que tu también tienes algún vicio.
-Lo cierto es que sí...-respondió él. Aunque ella ya se había ido. Cuando volvió Diego tenía la cartera abierta en la mesa mientras introducía el PIN de la tarjeta de crédito. Ella llegó y cogió la cartera en la cual se encontró con una fotografía de Raquel.
-Así que este es tu vicio...-dijo mostrandole la fotografía.- Y dime...¿qué tal es su marido?
Diego intentó quitarle la cartera pero ella retiró la mano y le miró desafiante.
-pues...su marido es...del montón...
-¿A qué se dedica?
-¿A que viene este tercer grado?-preguntó él levantándose y quitándole la cartera.
-oh, vamos, no te cuesta nada ayudarme a hacerme una idea del hombre al que probablemente conozca esta noche.
-no conoces al marido de tu hermana.
-Acaso me viste en la boda o algún sitio asignado para mí... supe ayer de pura suerte que estaba casada, me contesto al teléfono por la mañana y -se interrumpió y tosió un par de veces- resulto ser...-siguió tosiendo. Se tapó la boca con la mano y cogió la copa de agua. Bebió un poco y noto un sabor salado. Separó la mano un par de centímetros y pudo ver claramente una mancha de color rojo brillante en su palma. Se quedó pálida, su corazón se aceleró y su respiración con él. Se giró para rebuscar en su bolso, Diego que había visto como palidecía le tendió un pañuelo, ese día, como ocasión especial lo llevaba de tela. Ella lo cogió y se lo puso en la boca.
-¿Estás bien?
-Si, tranquilo...¿te importa si te lavo el pañuelo y te lo doy mañana?
-No es necesario, trae pa'ca...-él alcanzo una esquina del pañuelo y tiró. Fue un pequeño tirón, pero fue suficiente para que una pequeña parte de la mancha de sangre se viese. Como movido por un resorte soltó el pañuelo, sin saber si sentir asco o de preocupación.-Bueno como veas...

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