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viernes, 13 de mayo de 2011

Capitulo 4.

Tres horas más tarde el Jeep de Verónica recorría la carretera antigua hacía Orense. Iba despacio y se aburría pero de ir más rápido estaba segura de que se pasaría el pueblo. Aquel pequeño y aburrido pueblo. Por fin, entró en una carretera secundaria que al cabo de un rato se convirtió en un camino de tierra. La casa de sus padres no solo estaba en el pueblo más perdido de la provincia de Pontevedra, alejado de la costa sino que además estaba alejada del pueblo. Aquel camino le había parecido siempre horriblemente largo y desagradable, normalmente estaba lleno de charcos y las gotas que quedaban en los árboles caían siempre que ella pasaba por debajo. Recordaba como todas las mañanas había recorrido aquel camino en su rauda bicicleta blanca, siempre por delante de Raquel. Un torrente de recuerdo invadió su mente, lo que le resultó bastante desagradable.
Por fin la casa apareció entre la maleza. Cualquiera que andase por ese camino se esperaba una bonita casa refinada, pero al llegar lo único que se veía era una casa de piedra con tejado negro, normal y corriente. Aparcó junto a un par de coches desconocidos.
Se acercó a la casa y al hacerlo tropezó y estuvo a punto de caer:
-¡La puta piedra!¡Más de 30 años lleva ahí!- Era cierto había una piedra justo delante de la puerta de la casa y cuando nació ya estaba allí. Muchas veces se había quejado de la piedra justo antes de entrar en casa y nada más rozar el timbre con los dedos, antes de presionarlos la puerta se abrió y su madre apareció sonriente.
Nada absolutamente nada había cambiado en los últimos 10 años las sillas estaban en el mismo sitio, los cuadros igual de torcidos y seguía habiendo ese terrible olor a viejo y cerrado.
Conocía a Raquel y estaba segura de que habría montado una cena familiar, solo por molestar. Era cierto, nada más entrar al comedor pudo ver una mesa llena de rostros conocidos y no tan conocidos, unos sonrientes y otros serios. Observó la larga mesa e hizo un saludo con la mano.
-Bueno, así que sigues viva, cualquiera lo diría...con lo poco que sabemos de ti.
<¿por qué será?> pensó Verónica, pero no dijo nada. La mujer que acaba de hablar era una de las hermanas de su padre. De la familia de su padre quedaban tres miembros, él sus dos hermanas prácticamente gemelas. Una se llamaba Maruja y la otra Manuela, por lo que eran Maru y Manu, había pasado tanto tiempo que Verónica esperó que estuviesen muertas o por lo menos dementes, pero no, seguían vivas y “sanas”, si se les podía considerar así.
-Callate, Manu, no le digas esas cosas a la niña.-intervino Maru.
<¿Acaso está hablando con Raquel? Resulta que ahora yo soy la niña...>
-¿Qué pasa hoy? Es la hora de cenar Marta, nos vas a matar de hambre...
¡Cuantos recuerdos! Su padre llevaba diciendo eso años, siempre que Verónica llegaba tarde y ella lo hacía simplemente por el placer de escuchar esa estúpida frase.
Sacaron la comida, servida en bandejas de plástico plateado. Después del incidente de la comida no tenía mucha hambre y todavía sentía el sabor salado de la sangre en su boca. Permaneció en silencio durante la cena, como siempre había hecho, escuchando las conversaciones de su familia. La cena se hizo larga y aburrida, además era como un viaje a su infancia. Todo estaba igual, en cierto modo era escalofriante.
Cuando terminó la cena Raquel le recordó que tenía algo que decir, con cierta malicia.
Verónica se puso de pie, en la cabecera de la mesa.
-Familia...tengo algo que decir. Es algo en lo que no podéis influir puesto que ya he tomado la decisión. Como le dije a Raquel el otro día, he venido hasta aquí para ver al medico y bueno pues como buen medico me dió su diagnostico...-se estaba llendo por las ramas, no quería decirlo, no quería ver su reacción pero tampoco quería irse a Madrid sin que su familia supuese la verdad y sin aclarar la pequeña mentira que le había dicho a Raquel.- Me ha diagnosticado una enfermedad, no se cual, no es hepatitis, solo se que no es contagiosa y que tengo 6 meses de vida sin tratamiento, el cual no quiero.
Se quitó un enorme peso de encima con aquellas palabras. Antes de que nadie pudiese reaccionar, explico en pocas palabras que iba a coger el coche e irse por donde había venido para no volver más. Lo dijo porque lo sentía y porque necesitaba algo de tiempo para irse.
Así lo hizo. Primero fue a Sangenjo y dejo el pañuelo de Diego en su buzón y después cogió carretera y volvió para Madrid.

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